Seguidores

jueves, 2 de mayo de 2013

Línea del metro.


Solía observarte desde el otro lado de la línea del metro. Primero sólo te confundías entre la multitud, eras un hombre más, no te hacías notar, pero mientras los días pasaban más presente te tornabas. Más te estudiaba.

Te noté inmediatamente. No lograbas pasar desapercibida, no lograbas ocultarte entre toda la gente. Y con el paso de los días comencé a conocerte.

Comencé por darme cuenta que amabas la lectura al ver que siempre tenías un libro en mano. Luego me di cuenta que no eras consciente de las expresiones que cruzaban tu rostro mientras leías, cosa que me hacía reír desde el otro lado. Pronto supe que no te gustaba el café: primero arrugabas la nariz al sentir el olor y después escapabas de esa persona que estaba a tu lado bebiéndolo.

Empecé por ver que te encantaba dibujar. Te sentabas ahí en el suelo, amarrabas tu pelo para que no estorbara y comenzabas a dibujar, ¿Qué cosa dibujabas? Después vi que no eras consciente de que movías tu boca de un lado para el otro al sentarte ahí y tomar el lápiz, algo que me hacía reír porque parecías una niña de seis años.

Hasta que un día me di cuenta que te conocía completamente sin haber cruzado palabra contigo, pues la línea del metro nos separaba.

Hasta que los días pasaron y conocía exactamente cada detalle de ti, aunque te encontrabas al otro lado de la línea del metro.

Un día, tus ojos se cruzaron con los míos. No lo vi venir. Me sorprendí al sentir como mi corazón aumentaba sus latidos. Desvié la vista rápidamente avergonzada de haber estado tanto tiempo observándote, tanto tiempo estudiando cada gesto que hacías. ¿Qué habrás pensando de mí en ese momento? Escondí mi cabeza detrás de mi libro y no volví a mirarte.

Me quedé helado al ver tus ojos puestos en mí. ¿Me mirabas? Desvié rápidamente los ojos, bastante nervioso. Tomé mi libro y no volví a observarte. Pero la curiosidad comenzaba a ganar.

Los días pasaron, la vergüenza de ese día se desvaneció y sin darme cuenta ya no eran sólo mis miradas que llegaban al otro lado, sino que las tuyas también se devolvían. Había frenado las locas ganas de verte a cada segundo, pero aun así mi vista se iba a ti de vez en cuando. Ahí fue cuando me sorprendí al ver tus ojos en mí, y no una, sino varias veces. Sonreí. Sonreíste. Y ahí comenzó.

Ambos nos mirábamos. Al principio me sorprendió ver que tus ojos volvían una y otra vez hacía acá, pero luego me di cuenta que yo hacía exactamente lo mismo, pero hacia allá. Habíamos entablado una amistad a base de sólo miradas.

Cada vez que volvía a la estación, nos saludábamos con un movimiento de cabeza y una sonrisa. Seguíamos con las miradas furtivas a minutos. Intercambiábamos miradas de desagrado, de tristeza, de felicidad, de frustración, de un y mil sentimientos pero aún sin haber cruzado palabra pues la línea del metro nos separaba.

Solía decirte como estaba, como me encontraba, que pensaba, pero sólo a través de los ojos. Así como yo adivinaba lo que pensabas y lo que sentías con sólo levantar la mirada.

Fue un día cuando estaba ahí, sentada dibujando, que me di cuenta lo que pasaba. Levanté la hoja del dibujo y me encontré con tus ojos, tu boca, tu pelo, tú. Habías entrado más allá en mi cabeza sin pedirme permiso. Volteé la hoja y justo giraste para mirarme y observar tu reflejo en la hoja. La sonrisa que me diste fue una especial que hizo revolotear pequeñas mariposas en mi estómago. Habías cruzado esa línea del metro con sólo una mirada.

Estaba concentrado en un libro cuando algo extraño llamó mi atención. Desde el otro lado mirabas concentrada tu cuaderno ¿Qué pasaba? Al segundo me miraste y pude ver que tenías en esa hoja. Algo cálido y frío, tranquilo e inquieto, constante y cambiante se albergó en mí. Tantas emociones y tú aún te encontrabas al otro lado de la línea.

Era un miércoles cuando no te vi. Primero pensé que te habías retrasado, pero el paso de los minutos me dijo que no era así. ¿Dónde estabas? Era la primera vez que no llegabas. Una parte de mí se asustó, ¿y si no te volvía a ver? No tendría donde buscarte. Pero me bastó sólo girar la cabeza hacia la escalera para verte bajando. Caminaste hacía mí, sonriendo, dejando atrás la línea del metro que nos separaba.

Fue el miércoles, cuando llegaba a la estación. No entré por dónde debía, sino por dónde tendría que haberlo hecho. Bajé las escaleras, con miedo, sí, con angustia, también, pero por sobre todo con la esperanza de que ya no habría línea del metro que nos separara.



Primer escrito que mando a un concurso. 
No gané. 

3 comentarios:

  1. Genial Rommy simpelmente eso, muy bueno el escrito. En verdad :)
    No importa que no hayas ganado, sirve de experiencia y además sabes que es bueno porque te lo estamos diciendo nosotras jajajaja

    Espero que estes genial, leí la entrada anterior, copado lo de los 10 Kilómetros, yo no habría llegado, amo el deporte pero no correr de esa manera, y menos ahora que hace mil que no hago nada jajajajaja
    Felicidades :)

    Y bueno nada, abrazo giganteeeee!

    ResponderEliminar

Comentacomentacomentacomenta... y ¡comenta! :)