Desde que pusiste un pie en mi casa lo sabía. Ambos lo sabíamos, pero como siempre no dijimos nada. Subimos a mi habitación para hace lo que ibamos a hacer, estudiar, obvio. Pero mi mente no lograba articular algún pensamiento coherente teniendote aquí, conmigo, tan cerca, pero tan lejos. Tomamos asiento en el suelo, dejamos los libros y comenzamos toda una hora de "haremos que estamos estudiando, pero en verdad no estaremos comiendo con los ojos". Reíamos de algunas estúpideces que nos salían de repente. Rozabamos nuestros cuerpos sin querer, ¿era de verdad sin querer? Podía verlo, podía sentirlo. Mi corazón no dejó de latir con rápidez desde que llegaste. Miraba tu rostro, tus ojos, tu pelo, tus labios... Y podía senir tus ojos en mí. ¿Que estabamos haciendo? ¿Jugando como niños? Creo que ya crecí para eso. Y al parcer tú también. Fue todo tan rápido, pero tan lento. De un segundo a otro te vi acercarte, habías tirado un libro lejos y ahora te tenía aquí. Detuve mi lectura y levanté mi cabeza. Lentamente sacaste el cuaderno de mis manos. Lo veía, lo sentía. Te sentaste ahí, mi pierna rozando con la tuya. Mi corazón ya no papitaba en mi pecho, si no que lo hacia en todo mi cuerpo. Te acercaste, lento, tan lento que llegaba a dolerme. Sólo apurate un poco más, suplicaba.
 

- Hazlo rápido - me sorprendí diciendo en voz alta.

Una pequeña sonrisa cubrió tu rostro. Pero al parecer no me escuchaste porque hiciste cada movimiento más lento. Restaste otro centímetro de tu boca con la mía. Alzaste una mano y la apoyaste en un lado de mi cara. Inevitablemente cerré los ojos sintiéndote. Y luego tu respiración se hizo más cercana, más pesada, más todo. Volví a abrir lentamente los ojos y te tenía ahí. Resté la pequeña distancia y llegué a tu boca. Justo al momento de despertar.

-¿Estas bien? -preguntaste desde el otro lado de la pieza.

-Sí, claro -y bajé la cabeza avergonzada.